No sé cómo me las apañé para llegar a esa mesa. Era el hermano de la novia del sobrino de...
Aquel hombre octogenario hablaba con decisión. Tenía las manos retorcidas. Al parecer le crecían una especie de espigas transversalmente en los tendones de los dedos que le impedían mover las articulaciones con normalidad. Tenía un tenedor especial para comer cigalas. Era algo siniestro.
Aquel hombre se había gastado varios miles de euros en la lotería de Navidad. Había recuperado la mitad.
Aquel hombre hablaba de tener negocios que no le daban dinero, de vender cuadros antes de comprarlos y del posible museo que iban a poner a su nombre. Él cedería sus cuadros (así no le machaca Hacienda) y a cambio recibe una asignación anual de algunos cientos de miles de euros. Se enorgullecía de ser autónomo y poder permitirse una próxima jubilación.
Aquel hombre nos enseñó un catálogo de su colección. En la portada aparecían dos bustos: el de su señora y el suyo propio. La edición era cuidadísima. Pronto iba a editar su segundo libro.
Aquel hombre decía que el 60% de sus cuadros los había comprado porque le gustaban y casi nunca por la firma.
Y yo me fui pensando: "¿ser o no ser? ¿tener o no tener?". Pero siempre llego a la misma conclusión: hacer.
