martes, 30 de noviembre de 2010

Una llamada a destiempo

Las llamadas a destiempo me dan mucho miedo.

Hoy me llamaron de camino al trabajo. Me bajé de la bici y con las orejas congeladas y la nariz roja intenté comprender el mensaje que me intentaban transmitir entre sollozos. Cuando conseguí entenderlo, algo dentro de mi se movió y comenzó a subir del estómago a la garganta.

Ayer estaba tan normal. Había ido de nuevo a clase con un ánimo increíble, sobre todo teniendo en cuenta de que había pasado casi dos meses en la unidad de cuidados intensivos. Llegó sonriente y se despidió de sus padres, como si no hubiera pasado nada.

Disfrutó de aquella hora como si fuera sólo un juego. Todo aquel tiempo que había pasado enchufada a máquinas y a cables que parecían hacer su cuerpo todavía más pequeño, parecía un mal sueño.

Luego fue a casa y cenó muy bien. Se había portado de manera formidable.

No me han sabido contar qué pasó realmente en la ducha de antes de ir a dormir. No sé si lo quiero saber. No sé qué haría con mi hija inconsciente, a medio enjabonar.

Creo que me podría el pánico. No quiero pensar en ello y mucho menos escribir sobre ello.

Se llamaba Lucía. Pronto iba a cumplir cuatro añitos.

Nunca la olvidaré.

sábado, 27 de noviembre de 2010

martes, 23 de noviembre de 2010

El último viaje

Fue lo último que hicimos juntos.

En un intento amable por salvar la relación nos fuimos a aquella casa en la costa. En su terraza, desde la que se podía ver África, podías tocar bossa en pleno diciembre sin sentirte culpable. Reservábamos los viajes allí para las ocasiones especiales: fin de año, algún puente que compartir, cumpleaños, etc.

Pero aquella vez fue como ir al médico.

Recuerdo los ñoquis, ir al faro del fin del mundo, la pizza de atún, las duchas en común, la escalera tremendamente estrecha, los cangrejos de la playa, el sexo, lo que vimos en la tele antes de dormir.

Las pequeñas partes de un todo que se rompió.

Pero sobre todo me vuelve su imagen, allí encaramada en las rocas, desnuda con la cámara colgándole del cuello. Haciendo unas fotos que nunca llegué a ver.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Caminar y escuchar música

Es algo que echo mucho de menos en los últimos meses, que de una u otra forma, han sido bastante frenéticos.

Desde que era adolescente hasta el día de hoy, intento tener algún disco fetiche que escuchar una y otra vez mientras me voy por ahí a caminar. Lo ideal es salir en torno a las 20:00 para llegar a la hora de cenar. Duermo mucho mejor los días que lo hago.

El estilo de música no importa mucho. Lo importante es que lo sienta como mío y que de alguna forma me llegue. Los repaso de memoria, desde aquella primera colección de cintas de cassette. Los recuerdo casi de principio a fin. Los compases y los temas que se han ido perdiendo en mi memoria, de alguna forma son el aderezo especial que hace que sonría y disfrute cuando los rescato.

Han pasado por mis orejas de muchas maneras: walkman, discman, mp3s de 64mbs, móviles, etc. Ninguna tiene el encanto del vinilo en mi viejo cuarto de estudio, pero hay que apostar por el pragmatismo de vez en cuando.

Estoy terriblemente resacoso. Me duele la cabeza de verdad.

martes, 9 de noviembre de 2010

¡Hasta aquí!

Hoy podría escribir un montón de esas cosas deprimentes que la gente suele soltar en los blogs, pero no lo voy a hacer. Me conformo con apagar el teléfono y pensar que mañana empezará un día en el que he reorientado mis metas. O algo así.

La verdad es que ahora mismo no estoy enfadado, ni confundido, ni nada de eso. Estoy despeinado, he cenado leche con galletas y he decidido pasar la noche solo. Tranquilidad. Necesito tiempo para pensar en mi cosas.

Siendo prácticos.

Me gusta utilizar el blog para poner cosas que pienso o siento, pero a las que normalmente soy incapaz de dar forma en el día a día de persona de verdad. Me he dado cuenta de que empleo gran cantidad de tiempo y energía en cosas y personas que no merecen la pena.

Me refiero a pensar en situaciones futuribles, hipotéticas y condicionales. Me refiero a hacer cosas que no me llevan a ninguna parte. Me refiero a dejar que me absorban la energía gente sin autoridad para ello.

Y hasta ahí he llegado hoy.

Había quedado a las 20.00 junto al parque para hablar, pero nadie apareció. Esperé más de media hora, pero nada. Mi idea era dejar algo en lo que he estado trabajando los últimos cuatro-cinco años. La decisión está tomada, se pospone la comunicación.

O eso parece.

¿Sabeis? De pequeño no me imaginaba en el futuro como astronauta, ingeniero, jugador de fútbol, músico o escritor. La mayoría de las veces me imaginaba con una mochila a la espalda, andando en el arcén de alguna carretera perdida, bajo un sol de justicia, entre una nube de polvo.

No sé si es influencia de Autopista hacia el cielo y/o Kung-fu.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Viaje atípico a Japón

Muchas veces sueño con que viajo a Japón.

Normalmente es como si hubiera comprado un billete hace mucho con un dinero ahorrado y se me olvidara. De repente llega el día y ni siquiera tengo la maleta preparada, ¡pero me vuelvo loco al pensar que en poco más de 24 horas estaré en la otra punta del mundo!

En la versión del sueño que he tenido esta noche no llegaba a Japón porque me extraviaba en el aeropuerto, antes de salir. Era un aeropuerto extremadamente pequeño en apariencia, pero encontré una puerta que me llevó a una especie de mundo romano en miniatura secreto y oculto al paso del tiempo.

Me acompañaba una chica africana, que se presentaba como una liberta (o algo así) de sospechoso parecido a Esperanza Spalding y de la que por supuesto me enamoraba al instante. Me enseñó todo aquello como si fuera una guía turística. Había un salón en el que se representaban todas las traiciones históricas, incluida esta.

Todo estaba decorado con mármol, columnas, enredaderas, bustos y tapices... Eran los restos vivientes de un imperio caído y extinto hace siglos, un lugar atemporal y arcano.

Había una sala misteriosa con grandes piscinas de mosaicos rosados, en las que se bañaban niños que parecían sacados de estatuas renacentistas. El silencio reinaba en todos los pasillos y sólo parecía romperse por los pasos acelerados de soldados en formación.

Doctor, ¿qué me pasa?