Nadie le esperaba.
Un minuto antes de que saliera a la tarima, nadie se había percatado de su existencia.
De repente estaba en escena e hizo que el mundo, al menos durante unos pocos instantes, fuera suyo. Aquella voz sonó y resonó, como si fuera lo único que mereciera la pena escuchar.
Y todo esto se relaciona con el difícil equilibrio entre el escuchar y el comenzar a hablar; con las cosas que están ahí cada día y que somos incapaces de percibir.