lunes, 13 de septiembre de 2010

El pescador

Un hombre de negocios compró una casa junto a la costa, en un pequeño pueblo pesquero. Consiguió ahorrar dinero para adquirir un pequeño barco que le permitiera salir a pescar los pocos días que su estresante trabajo le dejaba.

Le encantaba sentirse solo en medio del mar, con la helada brisa del atlántico y bajo la luna.

Un día que merodeaba por el puerto, observó que un joven pescador de aquel pueblo perdido, en apenas dos horas, conseguía tres veces el pescado que él podía llegar a reunir en toda una noche. Mientras el chico guardaba el pescado en varias cajas para llevárselas a casa, se acercó e intentó entablar conversación:

-Veo que se te da muy bien pescar. -le dijo sonriendo.
-Sí bueno, llevo desde pequeño que me enseñó mi padre. Con esto ya tengo para toda la semana.

El hombre de negocios se sorprendió al comprobar que el chico no se dedicaba a vender el pescado que capturaba en el mar.

-¿No has pensado en salir a pescar todos los días?
-¿Por qué iba a hacer eso? No necesito tanto pescado para comer.
-Bueno, podrías vender el que te sobrara y conseguir dinero para contratar a alguien que pescara contigo.
-Ah, pues eso podría ser interesante... ¿pero para qué iba a necesitar a alguien que pescara conmigo? -preguntó inocentemente el chico.
-Pues para pescar más y conseguir más pescado para vender.
-¿Y para qué iba a querrer conseguir más dinero? ¿Qué haría con ese dinero? -volvió a preguntar el joven.
-Pues podrías ahorrarlo y conseguir comprar un barco mucho más grande. Los pesqueros con motor pueden llevar redes de arrastre que permiten barrer todo el mar con muchísimas buenas piezas. También pueden congelar el pescado inmediatamente para poder comerciar con él en las ciudades del interior.

El chico no parecía comprender todos aquellos ambiciosos planes.

-¿Pero qué sentido tendría conseguir más y más dinero? -preguntó finalmente al forastero, que sentía que el chico no compartía su visión del mundo.
-Bueno... podrías guardarlo para que, el día de mañana, pudieras comprar una casa en la costa para poder ir a pescar cuando te apeteciera y no tener que trabajar cuando seas viejo.

El joven apiló las cajas de pescado, dio la vuelta y se marchó a su casa, junto a la playa.

El hombre de negocios se quedó mirando desde lejos, sintiéndose bastante ridículo.

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