miércoles, 15 de septiembre de 2010

Yo estoy aquí, tú no estás en ninguna parte

Decía Saint-Exúpery que al primer amor es al que más se quiere, pero al que se quiere peor. Muy aplicable en mi caso.

Yo no tenía mucho interés por las mujeres en aquella época. Prefería los videojuegos, la música, estar con mis amigos y todo eso. Placeres simples y básicos. Y quien dice que la belleza real está en las cosas más simples, es porque nunca se ha enamorado de una mujer de verdad.

De repente todas aquellas chicas tenían pechos. Y todo lo demás. Y eran inaccesibles. Y se iban con chicos mayores. No había ninguna posibilidad en aquella generación más allá de la masturbación.

Pero quizás sí en la anterior.

La verdad es que en cierta forma tuve suerte. La chica más increíble de todo el curso inferior se fijó en mi. Nos conocimos el verano anterior. O el otro, yo qué sé. Con el paso del tiempo todas las imágenes han pasado de estar ordenaditas en un álbum a estar mezcladas en una caja de galletas danesas de mantequilla que no sé dónde cojones he guardado.

Recuerdo que estábamos en la playa jugando en una especie de pirámide hecha con cuerdas elásticas, que me tiró y que nos quedamos allí mirándonos cara a cara en la arena sin hacer nada. Yo no sabía qué hacer con una mujer. No sabía hacer otra cosa que imaginármelas.

Ahora que me paro a pensar es raro cómo me las imaginaba. No hacía planes con claridad. De fondo había una motivación "acaparadora": querer tener una para mi. Nada sexual como cabría esperar. Algo casi como Gollum y su tesoro.

El caso es que esa chica pseudosueca, alta, rubísima y con ojos azules de repente, tras un par de descoloques, era mi novia. Era preciosa, pero estaba loca. Y yo no tenía mano izquierda, ni derecha, ni nada de nada.

Cuando me fui de la ciudad para estudiar fuera, sólo nos veíamos los fines de semana. Recuerdo que justo cuando ella salía de clase el viernes, íbamos a mi casa y follábamos hasta el domingo. Persianas bajadas todo el fin de semana. Hiciera frío o calor.

En nuestro primer verano, un día volvíamos de la playa y ella subió a mi casa. Recuerdo quitarle la parte de arriba del bikini y el sabor de la arena en su pezón. Es un recuerdo de un instante, pero muy intenso. 

En parte resume lo que yo sentía por aquella chica: un reflejo canalizado a lo sexual, desmesurado, informe, visceral y que podía justificar cualquier circunstancia más allá de la intimidad. Justificaba que no compartiéramos intereses, que no nos entendiéramos, que no nos divirtiéramos de la misma forma, que me alejara de mis amigos, que me puteara con llamadas de teléfono, que me culpara de muchas cosas... 

Todo comenzaba y terminaba en su boca, en su pecho, en su sexo.

Pasaron muchas cosas a medio camino entre el continuum de lo estresante y lo horrible: agobios de relación a distancia, embarazo no deseado, aborto en Navidad, ataques de ansiedad, intentos de suicidio, etc. Lo que viene siendo amor adolescente al máximo nivel.

Este verano después de muchos años la vi. Se escondía detrás de unas gafas de sol enormes. No fui capaz de pararme con ella. Ni de saludarle.

Prefiero seguir pesando que no estás en ninguna parte en donde pueda encontrarte.

4 comentarios:

  1. Le estoy cogiendo el gusto a las entradas de este blog.

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  2. en total acuerdo con el cometario anterior, sin lugar a dudas, yo tambien!!

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  3. Una etapa de tu vida muy intensa y que dejando al margen el agrio sabor de boca, es dulce recordar ese primer amor/desamor. A mi también me ha gustado esta entrada. Gracias por dejarte caer por mi blog. Un bs

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  4. Creo que voy a seguirte.
    Porque me gusta como escribes.
    Y yo soy muy exigente con lo que leo.
    Porque me cuesta leer y tengo que emplear mucho tiempo.
    De nada :-)

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