martes, 28 de diciembre de 2010

El coleccionista de arte

No sé cómo me las apañé para llegar a esa mesa. Era el hermano de la novia del sobrino de...

Aquel hombre octogenario hablaba con decisión. Tenía las manos retorcidas. Al parecer le crecían una especie de espigas transversalmente en los tendones de los dedos que le impedían mover las articulaciones con normalidad. Tenía un tenedor especial para comer cigalas. Era algo siniestro.

Aquel hombre se había gastado varios miles de euros en la lotería de Navidad. Había recuperado la mitad.

Aquel hombre hablaba de tener negocios que no le daban dinero, de vender cuadros antes de comprarlos y del posible museo que iban a poner a su nombre. Él cedería sus cuadros (así no le machaca Hacienda) y a cambio recibe una asignación anual de algunos cientos de miles de euros. Se enorgullecía de ser autónomo y poder permitirse una próxima jubilación.

Aquel hombre nos enseñó un catálogo de su colección. En la portada aparecían dos bustos: el de su señora y el suyo propio. La edición era cuidadísima. Pronto iba a editar su segundo libro.

Aquel hombre decía que el 60% de sus cuadros los había comprado porque le gustaban y casi nunca por la firma.

Y yo me fui pensando: "¿ser o no ser? ¿tener o no tener?". Pero siempre llego a la misma conclusión: hacer.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Toc, toc

Las puertas son vehiculares: no hay puertas que no te lleven a alguna parte.

Cada puerta es una decisión.

Cada puerta es un trozo de bosque.

Una puerta es como un espejo, pero sin reflejos.

A veces una puerta cerrada es un "the end" en la vida real.

Siempre creemos que disfrutamos de los misterios cuando llega su resolución. Mentira podrida.

El hogar está al otro lado de una puerta.

Detrás de la puerta se esconden los amantes.

Las puertas separan mundos.

Las puertas te encierran o te liberan.

Las puertas preguntan siempre "toc, toc".

Nadie vende ya a puerta fría.

Hay que tener menos orgullo y ser capaz de llamar a cualquier puerta.

Hay que saber reabrir las puertas sin rencor.

A puerta cerrada se entrena mejor.

A puerta vacía se remata mejor.

No me des puerta.

Nunca hay que llorar con la puerta cerrada.

lunes, 6 de diciembre de 2010

A las 17.30 en la Campana

Hace mucho tiempo quedé con una chica.

Fue una de esas relaciones en las que tienes que poner mucho interés al principio para conseguir algo. Aunque realmente no me guste hablar en estos términos, fue así.

Se me fue el santo al cielo fantaseando y salí muy tarde de casa. No quería ser impuntual, así que me monté en un taxi.

La verdad es que de la cita sólo recuerdo el final, que tampoco fue para tanto.

En cambio recuerdo perfectamente la conversación con el taxista. En la radio sonó el Light My Fire. La cortaron justo cuando empieza el solo de Ray Manzarek.


Pensé: "esto es un buen augurio".

Nunca me ha gustado Manzarek tocando.

martes, 30 de noviembre de 2010

Una llamada a destiempo

Las llamadas a destiempo me dan mucho miedo.

Hoy me llamaron de camino al trabajo. Me bajé de la bici y con las orejas congeladas y la nariz roja intenté comprender el mensaje que me intentaban transmitir entre sollozos. Cuando conseguí entenderlo, algo dentro de mi se movió y comenzó a subir del estómago a la garganta.

Ayer estaba tan normal. Había ido de nuevo a clase con un ánimo increíble, sobre todo teniendo en cuenta de que había pasado casi dos meses en la unidad de cuidados intensivos. Llegó sonriente y se despidió de sus padres, como si no hubiera pasado nada.

Disfrutó de aquella hora como si fuera sólo un juego. Todo aquel tiempo que había pasado enchufada a máquinas y a cables que parecían hacer su cuerpo todavía más pequeño, parecía un mal sueño.

Luego fue a casa y cenó muy bien. Se había portado de manera formidable.

No me han sabido contar qué pasó realmente en la ducha de antes de ir a dormir. No sé si lo quiero saber. No sé qué haría con mi hija inconsciente, a medio enjabonar.

Creo que me podría el pánico. No quiero pensar en ello y mucho menos escribir sobre ello.

Se llamaba Lucía. Pronto iba a cumplir cuatro añitos.

Nunca la olvidaré.

sábado, 27 de noviembre de 2010

martes, 23 de noviembre de 2010

El último viaje

Fue lo último que hicimos juntos.

En un intento amable por salvar la relación nos fuimos a aquella casa en la costa. En su terraza, desde la que se podía ver África, podías tocar bossa en pleno diciembre sin sentirte culpable. Reservábamos los viajes allí para las ocasiones especiales: fin de año, algún puente que compartir, cumpleaños, etc.

Pero aquella vez fue como ir al médico.

Recuerdo los ñoquis, ir al faro del fin del mundo, la pizza de atún, las duchas en común, la escalera tremendamente estrecha, los cangrejos de la playa, el sexo, lo que vimos en la tele antes de dormir.

Las pequeñas partes de un todo que se rompió.

Pero sobre todo me vuelve su imagen, allí encaramada en las rocas, desnuda con la cámara colgándole del cuello. Haciendo unas fotos que nunca llegué a ver.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Caminar y escuchar música

Es algo que echo mucho de menos en los últimos meses, que de una u otra forma, han sido bastante frenéticos.

Desde que era adolescente hasta el día de hoy, intento tener algún disco fetiche que escuchar una y otra vez mientras me voy por ahí a caminar. Lo ideal es salir en torno a las 20:00 para llegar a la hora de cenar. Duermo mucho mejor los días que lo hago.

El estilo de música no importa mucho. Lo importante es que lo sienta como mío y que de alguna forma me llegue. Los repaso de memoria, desde aquella primera colección de cintas de cassette. Los recuerdo casi de principio a fin. Los compases y los temas que se han ido perdiendo en mi memoria, de alguna forma son el aderezo especial que hace que sonría y disfrute cuando los rescato.

Han pasado por mis orejas de muchas maneras: walkman, discman, mp3s de 64mbs, móviles, etc. Ninguna tiene el encanto del vinilo en mi viejo cuarto de estudio, pero hay que apostar por el pragmatismo de vez en cuando.

Estoy terriblemente resacoso. Me duele la cabeza de verdad.

martes, 9 de noviembre de 2010

¡Hasta aquí!

Hoy podría escribir un montón de esas cosas deprimentes que la gente suele soltar en los blogs, pero no lo voy a hacer. Me conformo con apagar el teléfono y pensar que mañana empezará un día en el que he reorientado mis metas. O algo así.

La verdad es que ahora mismo no estoy enfadado, ni confundido, ni nada de eso. Estoy despeinado, he cenado leche con galletas y he decidido pasar la noche solo. Tranquilidad. Necesito tiempo para pensar en mi cosas.

Siendo prácticos.

Me gusta utilizar el blog para poner cosas que pienso o siento, pero a las que normalmente soy incapaz de dar forma en el día a día de persona de verdad. Me he dado cuenta de que empleo gran cantidad de tiempo y energía en cosas y personas que no merecen la pena.

Me refiero a pensar en situaciones futuribles, hipotéticas y condicionales. Me refiero a hacer cosas que no me llevan a ninguna parte. Me refiero a dejar que me absorban la energía gente sin autoridad para ello.

Y hasta ahí he llegado hoy.

Había quedado a las 20.00 junto al parque para hablar, pero nadie apareció. Esperé más de media hora, pero nada. Mi idea era dejar algo en lo que he estado trabajando los últimos cuatro-cinco años. La decisión está tomada, se pospone la comunicación.

O eso parece.

¿Sabeis? De pequeño no me imaginaba en el futuro como astronauta, ingeniero, jugador de fútbol, músico o escritor. La mayoría de las veces me imaginaba con una mochila a la espalda, andando en el arcén de alguna carretera perdida, bajo un sol de justicia, entre una nube de polvo.

No sé si es influencia de Autopista hacia el cielo y/o Kung-fu.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Viaje atípico a Japón

Muchas veces sueño con que viajo a Japón.

Normalmente es como si hubiera comprado un billete hace mucho con un dinero ahorrado y se me olvidara. De repente llega el día y ni siquiera tengo la maleta preparada, ¡pero me vuelvo loco al pensar que en poco más de 24 horas estaré en la otra punta del mundo!

En la versión del sueño que he tenido esta noche no llegaba a Japón porque me extraviaba en el aeropuerto, antes de salir. Era un aeropuerto extremadamente pequeño en apariencia, pero encontré una puerta que me llevó a una especie de mundo romano en miniatura secreto y oculto al paso del tiempo.

Me acompañaba una chica africana, que se presentaba como una liberta (o algo así) de sospechoso parecido a Esperanza Spalding y de la que por supuesto me enamoraba al instante. Me enseñó todo aquello como si fuera una guía turística. Había un salón en el que se representaban todas las traiciones históricas, incluida esta.

Todo estaba decorado con mármol, columnas, enredaderas, bustos y tapices... Eran los restos vivientes de un imperio caído y extinto hace siglos, un lugar atemporal y arcano.

Había una sala misteriosa con grandes piscinas de mosaicos rosados, en las que se bañaban niños que parecían sacados de estatuas renacentistas. El silencio reinaba en todos los pasillos y sólo parecía romperse por los pasos acelerados de soldados en formación.

Doctor, ¿qué me pasa?

viernes, 29 de octubre de 2010

Vampiresada mujer

Estoy impresionada cuando se ven
vampiresada.

La letra es tan... ¿Dadá?
¡No puedo parar de reírme cada vez que la escucho!

lunes, 25 de octubre de 2010

Citas y visitas

Todos hemos tenido alguna vez una cita a ciegas.

Y a los que hayan pensado "¡yo jamás!" me gustaría demostrarles lo contrario. No me voy a extender mucho, pero que quede claro que lo del clavel rojo o el pañuelo blanco en la solapa ya no se lleva.

¿Existen las citas a sordas? Sin escuchar ni pararse a pensar en lo que hay alrededor.

Y más allá de las citas están las visitas.

Y más allá de las visitas, las visitas a ciegas.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Mickey Mouse

La niña miraba embobada un capítulo de La casa de Mickey Mouse. Todos aquellos colores y voces capturaban su atención y le dejaban hechizada, a pesar de haber visto ese mismo episodio cientos de veces. Misca musca...

El aula estaba llena de carteles, juguetes de todo tipo y muebles en miniatura. El silencio sólo se interrumpía por las cómicas voces de los personajes. Por las ventanas, entraba la luz natural del mediodía. Me apoyé en el quicio de la puerta de y me dediqué a mirar cómo intentabas que la niña dejara de chuparse los dedos, dejara de meterse las manos en el pañal, dejara de enrollarse el pelo compulsivamente. 

Lentamente me fue recorriendo un sentimiento de desesperación por el futuro de esa pequeña y de sus padres. Una pequeña que probablemente nunca entendería la sencilla trama de ese mismo capítulo. Unos padres que morirían sin escuchar a su hija decirles "te quiero".

Le cambiaste el baby, la peinaste con un cepillito, le pusiste colonia y le diste un beso.

Y ese momento me conmovió.

sábado, 16 de octubre de 2010

Cosas que me gustarían (sin orden)

Me gustaría saber a qué vino invitarte.
Me gustaría saber dónde podríamos ir a charlar.
Me gustaría hacer música que te gustara.
Me gustaría batir tu récord de polvos.
Me gustaría hacerte daño y que me perdonaras.
Me gustaría hacerte llorar y que me conmovieras.
Me gustaría que me hicieras un regalo que no me gustara.
Me gustaría que siempre fueras vestida así.
Me gustaría que tuvieras buena conversación.
Me gustaría que aspiraras a algo más en la vida.
Me gustaría que no tomaras tus aficiones como un mero relleno.

Me gustaría si hablaras de otra forma.

En el fondo, me daría igual decepcionarte porque mi conciencia no tiene nada que ver contigo.

PD: Todo esto es pura basura.

jueves, 14 de octubre de 2010

domingo, 10 de octubre de 2010

Un molde para bizcocho

¿Sabes? Me encantó que vinieras.

Estoy cansado de escuchar cómo te quejas por todo. No quiero escuchar que todo te va mal, porque creo que no es verdad. Las historias de tu desesperación adolescente ya no me convencen.

Sé que en el fondo lo pasas mal, pero porque eres incapaz de ver todas las cosas buenas que tienes (que yo, al menos, intuyo). Es una pena.

Cuando apareciste con el molde de bizcocho para endulzarnos la tarde, confirmé que lo mejor para olvidar los propios problemas, es hacer algo bonito por otra persona.

O algo dulce, ¿por qué no?

sábado, 2 de octubre de 2010

El cuadro del cuarto de invitados

En aquella preciosa casa de las afueras, a veces me veía obligado a dormir en el cuarto de invitados. 

La verdad es que como dormitorio era cómodo, pero también es cierto que era poco "personal" dormir allí. La sensación era parecida a comer con una cuchara de plástico en tu propia casa: muy raro.

Eso sí, había algo que me llamaba extraordinariamente la atención: un pequeño cuadro que decoraba la pared más al este.

Tenía uno de esos marcos redondos, de no más de treinta centímetros de alto, bañado en pintura dorada. No sé si realmente era antiguo o si le intentaron dar un toque envejecedor con ese tipo de madera pintada. La familia que allí vivía era bastante adinerada (incluso tenían un Dalí en el salón), así que supongo que el cuadro era bueno, por muy insignificante que pudiera parecer en comparación con la decoración del resto de la casa.

La imagen retrataba un camino de tierra que se adentraba en un espeso bosque. Los trazos eran sueltos, pero precisos y clásicos. Los colores eran más bien apagados. Me recordaba a las imágenes que tenía un libro de cuando yo era pequeño que se titulaba "Cuentos fantásticos". Antes de apagar la luz y echarme a dormir, siempre me paraba a mirar aquella misteriosa composición. Me concentraba para soñar con que me adentraba en la arboleda y conseguía llegar al otro lado de la espesura tras mil aventuras.

Puede parecer una estupidez, pero de vez en cuando todavía sigo preguntándome hacia dónde iba ese camino y qué había más allá del bosque.

Si supiera cual era el final de aquel sendero, seguramente habría olvidado ya ese cuadro.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Reminiscencias sensuales

El patio de mi casa era particular.

Digo era porque cuando yo tenía en torno a veinte años, el Ayuntamiento lo declaró "patio de manzanas". La comunidad de vecinos se cabreó bastante al respecto, porque jamás hubo una sola peseta pública en aquel patio. Ni la ha habido hasta la fecha.

El caso es que como no hay acceso desde la calle, en la práctica es particular.

Cuando yo era pequeño solía bajar allí a jugar con los otros niños. Yo era bastante tímido, pero la verdad es que a la mínima me volvía bastante cafre. Los balones de reglamento estaban prohibidos, así que sólo podíamos jugar con pelotas de plástico. A pesar de esta medida preventiva, era corriente que se accidentaran macetas, farolas, señoras, etc.

Durante esos años de la infancia, me fijé en una vecina, cuyo nombre había permanecido en el olvido hasta este mismo verano. A mi me encantaba, dentro de mi todavía inocencia infantil. Era novia de un niño de mi clase.

Es que este verano he hecho muchas cosas. Aunque nada realmente interesante...

Vivía en un primero y su balcón daba directamente al sitio donde nos poníamos a jugar los niños de la comunidad cada tarde. Desde fuera se podía observar un salón bastante bien decorado. Tenía algunos toques zen, orientales o algo así.

Recuerdo un día en el que llovía un poco, pero yo me quedé solo jugando al baloncesto (o algo parecido, ya que no había cestas desde luego). Ella se asomó y estuvo allí mirándome toda la tarde. Yo corría, arriba y abajo, sudando y tirando un pequeño balón que tenía... Sabía que me estaba observando, pero me fue imposible intentar entablar conversación.


Quizás me traicione la memoria, pero quizás sí que hubo un pequeño contacto verbal:
-¿A qué estás jugando?
-Estoy entrenando... - y seguí corriendo. ¡Ja!

Desde ese día en adelante, siempre que pasaba por allí miraba si estaba asomada al balcón. Puerta trasera.

Este verano resultó ser la nueva camarera de uno de mis pubs irlandeses favoritos. No sé qué puñetas pasa en los pubs irlandeses, pero es así... Unos chicos, con un grado considerable de alcohol en sangre, no paraban de decirle cosas y ella toreaba aquello como podía. Bastante bien, he de señalar. A mis amigos se les salían las órbitas de los ojos y yo... simplemente me sentía incapaz de participar en el circo.

Todo esto no quiere decir nada realmente, pero el título del blog es "historias de mis puertas traseras", así que no tengo más remedio, por mera coherencia, que contar este tipo de cosas. Supongo que es el tipo de chica con la que a veces me enredo de una u otra manera. O con la que intentaría alguna cosa absurda...

A veces cuando vuelvo borracho de la playa, hecho un deshecho y casi inconsciente, me quedo mirando las luces rojas que se proyectan en las cortinas desde las profundidades de ese balcón y me pregunto qué habrá más allá.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Cerebro sucio

Tengo muchas cosas en la cabeza últimamente y me cuesta pensar. Opciones que se me ocurren para limpiarme:

-leer un libro,
-volver a casa unos días,
-limpiar la cocina a fondo y
-hacer cosas "pseudocreativas" que no me reportan nada realmente.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Yo estoy aquí, tú no estás en ninguna parte

Decía Saint-Exúpery que al primer amor es al que más se quiere, pero al que se quiere peor. Muy aplicable en mi caso.

Yo no tenía mucho interés por las mujeres en aquella época. Prefería los videojuegos, la música, estar con mis amigos y todo eso. Placeres simples y básicos. Y quien dice que la belleza real está en las cosas más simples, es porque nunca se ha enamorado de una mujer de verdad.

De repente todas aquellas chicas tenían pechos. Y todo lo demás. Y eran inaccesibles. Y se iban con chicos mayores. No había ninguna posibilidad en aquella generación más allá de la masturbación.

Pero quizás sí en la anterior.

La verdad es que en cierta forma tuve suerte. La chica más increíble de todo el curso inferior se fijó en mi. Nos conocimos el verano anterior. O el otro, yo qué sé. Con el paso del tiempo todas las imágenes han pasado de estar ordenaditas en un álbum a estar mezcladas en una caja de galletas danesas de mantequilla que no sé dónde cojones he guardado.

Recuerdo que estábamos en la playa jugando en una especie de pirámide hecha con cuerdas elásticas, que me tiró y que nos quedamos allí mirándonos cara a cara en la arena sin hacer nada. Yo no sabía qué hacer con una mujer. No sabía hacer otra cosa que imaginármelas.

Ahora que me paro a pensar es raro cómo me las imaginaba. No hacía planes con claridad. De fondo había una motivación "acaparadora": querer tener una para mi. Nada sexual como cabría esperar. Algo casi como Gollum y su tesoro.

El caso es que esa chica pseudosueca, alta, rubísima y con ojos azules de repente, tras un par de descoloques, era mi novia. Era preciosa, pero estaba loca. Y yo no tenía mano izquierda, ni derecha, ni nada de nada.

Cuando me fui de la ciudad para estudiar fuera, sólo nos veíamos los fines de semana. Recuerdo que justo cuando ella salía de clase el viernes, íbamos a mi casa y follábamos hasta el domingo. Persianas bajadas todo el fin de semana. Hiciera frío o calor.

En nuestro primer verano, un día volvíamos de la playa y ella subió a mi casa. Recuerdo quitarle la parte de arriba del bikini y el sabor de la arena en su pezón. Es un recuerdo de un instante, pero muy intenso. 

En parte resume lo que yo sentía por aquella chica: un reflejo canalizado a lo sexual, desmesurado, informe, visceral y que podía justificar cualquier circunstancia más allá de la intimidad. Justificaba que no compartiéramos intereses, que no nos entendiéramos, que no nos divirtiéramos de la misma forma, que me alejara de mis amigos, que me puteara con llamadas de teléfono, que me culpara de muchas cosas... 

Todo comenzaba y terminaba en su boca, en su pecho, en su sexo.

Pasaron muchas cosas a medio camino entre el continuum de lo estresante y lo horrible: agobios de relación a distancia, embarazo no deseado, aborto en Navidad, ataques de ansiedad, intentos de suicidio, etc. Lo que viene siendo amor adolescente al máximo nivel.

Este verano después de muchos años la vi. Se escondía detrás de unas gafas de sol enormes. No fui capaz de pararme con ella. Ni de saludarle.

Prefiero seguir pesando que no estás en ninguna parte en donde pueda encontrarte.

lunes, 13 de septiembre de 2010

El pescador

Un hombre de negocios compró una casa junto a la costa, en un pequeño pueblo pesquero. Consiguió ahorrar dinero para adquirir un pequeño barco que le permitiera salir a pescar los pocos días que su estresante trabajo le dejaba.

Le encantaba sentirse solo en medio del mar, con la helada brisa del atlántico y bajo la luna.

Un día que merodeaba por el puerto, observó que un joven pescador de aquel pueblo perdido, en apenas dos horas, conseguía tres veces el pescado que él podía llegar a reunir en toda una noche. Mientras el chico guardaba el pescado en varias cajas para llevárselas a casa, se acercó e intentó entablar conversación:

-Veo que se te da muy bien pescar. -le dijo sonriendo.
-Sí bueno, llevo desde pequeño que me enseñó mi padre. Con esto ya tengo para toda la semana.

El hombre de negocios se sorprendió al comprobar que el chico no se dedicaba a vender el pescado que capturaba en el mar.

-¿No has pensado en salir a pescar todos los días?
-¿Por qué iba a hacer eso? No necesito tanto pescado para comer.
-Bueno, podrías vender el que te sobrara y conseguir dinero para contratar a alguien que pescara contigo.
-Ah, pues eso podría ser interesante... ¿pero para qué iba a necesitar a alguien que pescara conmigo? -preguntó inocentemente el chico.
-Pues para pescar más y conseguir más pescado para vender.
-¿Y para qué iba a querrer conseguir más dinero? ¿Qué haría con ese dinero? -volvió a preguntar el joven.
-Pues podrías ahorrarlo y conseguir comprar un barco mucho más grande. Los pesqueros con motor pueden llevar redes de arrastre que permiten barrer todo el mar con muchísimas buenas piezas. También pueden congelar el pescado inmediatamente para poder comerciar con él en las ciudades del interior.

El chico no parecía comprender todos aquellos ambiciosos planes.

-¿Pero qué sentido tendría conseguir más y más dinero? -preguntó finalmente al forastero, que sentía que el chico no compartía su visión del mundo.
-Bueno... podrías guardarlo para que, el día de mañana, pudieras comprar una casa en la costa para poder ir a pescar cuando te apeteciera y no tener que trabajar cuando seas viejo.

El joven apiló las cajas de pescado, dio la vuelta y se marchó a su casa, junto a la playa.

El hombre de negocios se quedó mirando desde lejos, sintiéndose bastante ridículo.

jueves, 9 de septiembre de 2010

07/01/09

"¿Cuál es su casa? Ha caminado por la playa en la oscuridad. Creo que la única aspiración que tengo es tener una casa, casita, una cabaña, cerca del mar para poder hacer eso, dejar que se me vaya la cabeza (aunque a mí me volvería la cabeza al sitio) y pasear por la playa vacía. Las demás aspiraciones son demasiado irreales."

jueves, 2 de septiembre de 2010

El pasaje circular de los sueños

¿Cuando fue la última vez que intentaste soñar sin imponerte ningún límite?

˙odɯǝıʇ oʇuɐʇ ǝɔɐɥ ǝpsǝp ıɯ ɐɹɐd ɐpɐɹɹǝɔ ɐqɐɹʇuoɔuǝ ǝs ǝnb ɐpɐɹʇuǝ ǝp ɐʇɹǝnd ɐן ɐqɐʇsıʌɐ ǝs 'ǝɥɔou ǝp ǝnɟ uıɟ ןɐ opuɐnɔ

En sueños, agarraba fuertemente los juguetes que encontraba, para tenerlos junto a mi cuando despertara.

˙ɹǝuǝʇ ou sǝ ǝnb ǝʇuɐʇɹodɯı oן ɹǝqɐs opɐɔıןdɯoɔ ɐɹǝ 'pɐpǝ ɐɔod uɐʇ uoɔ oɹǝd

martes, 31 de agosto de 2010

Yo somos

Hoy cruzaba la calle y me volvió esta idea.

Desde pequeños nos enseñan a vivir ajenos a nosotros mismos. Parece que somos diferentes a nuestro cuerpo. Sólo hay que fijarse en expresiones como: "estar a gusto con uno mismo", "reencontrarse con uno mismo" o "mens sana in corpore sano".

Cuerpo por un lado. Mente / espíritu / conciencia por otro.


Esto tiene tres consecuencias. Que se me ocurran a estas horas, claro.

1. La primera es este post de blog prototípico

Perdón, pero pasa a menudo.

2. La segunda: la escisión del yo

Donde debería haber sólo equilibrio, o unidad, se abre un terreno pantanoso en el que hay que tener a las dos partes contentas. Lo fácil es decir "hay que aceptarse a uno tal como es" o "estar contento con lo que se es", pero eso no hace otra cosa que recalcar el hecho de la existencia de un más allá y un más acá. Una parte de mi yo debe aceptar (¿aguantar? ¿cargar?) otra parte diferenciada de... ¿mí mismo?

¿Cuál es la parte buena? ¿Cual es la bonaparte?

3. La tercera: ¿por qué quedarnos ahí?

¿El límite es dos? ¿Qué nos impide escindirnos más y más?

En el plano físico: hay mucha gente que considera al pene como una tercera persona en una relación.

En el plano mental: ¿qué nos impide crear de facto dos, tres, cuatro o n identidades?

Y lo interesante: ¿cual es la repercusión en la vida real de estas n identidades?

Digamos que un día decido escindirme. Mitosis voluntaria. 
Digamos que busco una hora al día para ser otra persona. Otra persona más. Ad hoc.
Digamos que de 23:00 a 23:30 cuando esté solo, seré Plano Secuencia. Es decir, cuando Plano Secuencia sea, será porque se haya quedado sola otra persona. Otra persona que no es Plano Secuencia. De hecho, otra persona que no es cuando Plano Secuencia es.


Situemos una conversación a las 09:00 de, por ejemplo, mañana:
-¿Eres Plano Secuencia? -me preguntarían.
-Sí. -me vería obligado a decir.

Y me vería obligado a decirlo por un hecho muy sencillo: porque es Plano Secuencia y no otra persona, la que escribe esto.

Situemos esa misma conversación a las 09:00 de, por ejemplo, mañana:
-¿Eres Plano Secuencia? Odio tu blog -diría una persona con menor o mayor criterio.
-No, te equivocas. -diría otra persona. Aunque puede que Plano Secuencia se removiera en algún lugar no muy lejano de esa otra persona.

Así que no es sólo importante hacer la pregunta adecuada, sino también a quién hacérsela.

Aunque esta entrada haya quedado un poco abstracta, todo lo aquí leído es cierto. Y todas las personas que tienen un blog, en mayor o menor medida, hacen lo mismo. 

¿Qué no es un blog sino un lugar para ser?

Una persona. Diferente.

lunes, 30 de agosto de 2010

Una noche ¿para olvidar?

En el paseo junto al río, lo único que me pudo decir fue:

-Yo no creo mucho en las palabras. Creo más en las presencias.

Fue el clímax de un par de días horribles. 

Cuando desperté creía que todo aquello no había ocurrido. O no quería creerlo.

Recuerdo: la resaca, la sal de frutas, estar en el salón esperando sin saber qué hacer, la falta de apetito, las ganas de llorar, la papelera llena, la incertidumbre.

Al día siguiente nos vimos abajo de casa. Ella vino con la bici y prometimos no volver a hablar de aquello nunca más.

Lo cierto es que después de aquello he hablado bastante sobre aquella noche. Con este, con aquel. Ahora que me siento a escribir me doy cuenta de que me he olvidado de muchas cosas. Sólo recuerdo beber varios sol y sombra en aquel antro. De ahí me teletransporto automáticamente a mi cama.

Me prometí que nunca más lo haría. Antes saldría corriendo en pelotas por la calle hasta mi casa.

Aprendí: no hay nada peor que realizar actos que no consideras propios de ti. 

Supongo que ya es hora de planificar un camino hacia la humildad. ¿Sugerencias?

domingo, 29 de agosto de 2010

miércoles, 25 de agosto de 2010

Un ardid frustrado

Esa misma noche se había peleado con su novio.

Su novio era (es) mi amigo.

Justo esa noche, aceptó mi invitación pendiente. Vino a mi casa a ver una película.

En mi cuarto.

En mi cama.

Conseguimos ver la primera entera sin ningún problema. Nos reímos e hicimos bromas. Habíamos mantenido muchas conversaciones hasta el momento por internet, pero rara vez nos habíamos encontrado en persona. Era la novia de mi amigo. 

Estaba en mi cama.
Estaba en mi cama y empezó a llover muchísimo.
Estaba en mi cama y empezó a llover muchísimo. Recostados.
Estaba en mi cama y empezó a llover muchísimo. Recostados y calentitos.

(Creo que yo mucho más calentito que ella.)

Era la novia de mi amigo. 


La peli era un muermo. El sonido de la lluvia era agradable. Vivo en la última planta y casi puedo escuchar cómo cae el agua sobre mi cuarto. Se quedó dormida, como es natural. A lo tonto estábamos los dos allí tapados durmiendo. Supuestamente claro, porque yo al menos no pegué ojo.

Lo peor de todo es que la almohada absorbió su olor. Y ahí se quedó permanente. Durante los siguientes tres o cuatro días, cuando me acostaba era imposible no pensar en qué hubiera pasado si... Era la novia de mi amigo. 

Cuando nos despertamos, charlamos un rato. Le desperté bromeando. Había dos globos blancos en la habitación. Jugamos con ellos. Y eso es todo. No lo intenté. ¿Me arrepiento? No sé qué pensar...

Se fue de casa y no nos vimos en una temporada. Era la novia de mi amigo.

Todavía conservo a ese amigo.

martes, 24 de agosto de 2010

(Entre tú y yo)

Me encanta ir a aquel pub irlandés. Me gusta la cerveza que ponen. 

A. Pero sobre todo me encanta Rocío (una de las camareras).

Sí, es cierto. Lo sé. Cuando habla pierde gran parte de su encanto, pero es una de esas mujeres que, con tan sólo olerlas, te quieres comer. O al menos a mi me pasa.

Es esa mirada tangencial, cuando se apoya en la barra y habla con algún amigo mientras espera a que alguien le pida algo.

Los ojos claros.

Y todo lo demás, claro.

Todo lo demás incluye grandes dosis de silencio y secretismo. Me tiende un cebo inconsciente. Me tiene atado por una de mis puertas traseras. Espero que ella lo sepa, aunque lo tengo difícil. Es jodidamente difícil.

Sé que le gusta el teatro y ha hecho sus pinitos. ¿Es capaz de controlar su dicción?

Un día había una fiesta en el local. Mientras yo llegaba, en un estado lamentable de alcoholización, ella salía enfadada. Se sentó en un escalón de la calle contigua a la entrada, pero no me acerqué. Apoyó los codos sobre las rodillas. No llevaba el uniforme de trabajo. Estaba preciosa.

Podría haber intentado acercarme e intentar ser una especie de Indiana Jones que la rescatara de una noche de mierda. Un Indiana Jones que superara su récord de polvos en una noche. Pero no pude. Sólo podía seguir bebiendo más y más.

Absenta.

Varias horas después de que me echaran del pub aquella noche, me desperté en la playa, sin saber muy bien por qué estaba allí. Creo que había intentado bañarme. Sin éxito. Mis amigos igual.

Noche infructuosa.

Todavía cuando vuelvo al pub y me la encuentro me pregunto qué hubiera pasado si hubiera intentado acercarme esa noche. Me hubiera mandado a la mierda seguro. O quizás hubiera hecho alguna broma y se hubiera reído. Con un poco de suerte tendría ahora el recuerdo de su olor.

B. Pero sobre todo me encanta M.

M es psicóloga, pero se dedica a algo más o menos artístico. Es preciosa. Canta en un grupo de rock. No es una gran cantante, pero me encanta verla dándolo todo con el micro.

Es un poco mayor que yo, pero eso no es un impedimento. Todo lo contrario.

Es rematadamente sexual, aunque no estoy seguro de que ella lo sepa. No estoy seguro cómo sería acostarme con ella. No es la clase de chica que se anima para una sola noche. 

Es una chica familiar. Su hermana también es muy linda y también canta. Es copiloto de rallies.


C. Aquel verano no tuve suerte (ni tampoco la busqué realmente) con Rocío o con M. Pero allí estaba C.

Llevaba algún tiempo solo y me marqué el día 15 de agosto como la fecha "no va más" para tirarme a la piscina.

No la conocía. Sólo recordaba haber suspendido un examen en la facultad por su culpa. Estaba delante mía, en una de esas aulas escalonadas. Me pasé las dos horas mirando su ropa interior. Esa chica estaba (y está) tremenda.

Le mandé un simple "Hola, estoy en tu ciudad... ¿Quedamos y nos tomamos unas cervezas? Me aburro últimamente.", al que accedió. Sorprendentemente para mi, ya que es el tipo de mensaje que me arrepiento de haber enviado 0,00002 segundos después de haber hecho el último click.

Quedamos en un pub irlandés (no el mismo que he mencionado antes) y la verdad es que la chica fue encantadora. Ni siquiera sé de qué hablamos... Supongo que de los profesores, de lo difícil que está encontrar trabajo, de la gente que conocíamos en común, etc.

No sé muy bien cómo, pero varias copas después acabamos paseando por la playa.

Justo en el lugar en el que se acababa el alumbrado, me tiró al suelo y se echó encima mía. En ese momento era joven, estaba borracho y era feliz. Estaba receptiva. Tenía encima a una joven preciosa desnuda, entregadísima. La convencí para que nos metiéramos en el agua.

Allí estábamos, sin ropa en el agua helada. Dos desconocidos en la oscuridad absoluta. Si alguien venía y se llevaba las cosas que habíamos dejado en la arena me daba igual. Era la excusa perfecta para seguir disfrutando.

En cierta forma, disfrutando como el animal que hay dentro de mi. Y que desde luego había dentro de ella.

lunes, 23 de agosto de 2010

Una confesión a destiempo

Hay ciertas cosas que repito porque sí. Me salen instintivamente. 

Una de ellas me preocupa especialmente y es el eje central de este post: el uso y abuso de las puertas traseras.

"Puerta trasera" podría ser un término de ingeniería social. Para mi las puertas traseras son algo así como cebos inconscientes.

Clarificación.

Un cebo es consciente cuando pones un gusano apetitoso delante de un pez. El pescado (todavía pez) ve el gusano y va a por él, porque sabe que es comida y le llena la tripita.

Un cebo es insconciente cuando el pez ve (por ejemplo) una lucecita que no sabe qué es. La persigue encandilado por su atractivo natural, pero no sabe si le va a llenar la tripita o si es la antena de un despiadado depredador de las profundidades. ¿Cuestión de mera curiosidad? Yo creo que no, pero hablaré de eso más adelante.

En cualquiera de los dos casos el pobre pez acaba devorado. El planteamiento intermedio es mero trámite (nada más allá de una descripción).


Lo interesante de esto, si es que hay algo.

Hay puertas traseras que podemos explorar. De/en otras personas quiero decir.

Pueden tener una morfología muy diversa: historias inacabadas, debilidades, gustos por lo excéntrico, narrativa artificial interiorizada, conversaciones con doble intención, cruces en un ascensor, etc. Es algo en parte divertido, pero que merece toda la delicadeza y respeto que uno pueda reunir. O visceralidad. Requiere algo de olfato eso sí.

En cuanto al uso y el abuso. Oigan, es que yo no puedo dejar pasar una. Bueno miento, dejo pasar muchas, pero hay algunas que me despiertan una curiosidad irrefrenable (o casi).

En nuestro caso, el de los humanos, puede que no sigamos lucecitas que se nos aparecen mágicamente sin ton ni son. Hasta ahí de acuerdo. El caso es que siempre nos queda la duda de qué cojones era aquello, aunque no lo queramos admitir. Cebos latentes. ¿Las luces que se ven si aprietas los ojos los suficiente?

El problema es la trampa.

Lanzar un cebo inconsciente supone hacer consciente un cebo propio. En cierta forma es una relación bidireccional. En cierta forma es bajarte los pantalones. En cierta forma es como entrar en el vestuario de las chicas y esperar ser tratado con amabilidad.

Es demasiado tarde, estoy demasiado cansado.